Hoy quise retomar mi
proyecto fotográfico que venía suspendido hacía varios meses. Esto, debido mayormente
a la falta de mi cámara y a otros compromisos que se fueron presentando y que
no me dejaban tiempo para hacerlo. No es fácil cocinar y sacar fotos al mismo
tiempo. Sobre todo en pastelería que requiere mucha exactitud y en fotografía
que se depende tanto de la luz. Más en esta época del año que los días son tan
cortos.
Tenía todo el día libre. Me había
despertado relativamente temprano y por las dudas (y también por suerte), no me
comprometí con nadie. En realidad siempre puedo improvisar unos scons de último
momento pero estaba particularmente vaga para estar yendo de visitas, aunque
con las puertas abiertas para que las visitas vinieran.
Busqué entre mi recopilación de
recetas y tenía dos de Carrot Cake. Una torta que no es muy común pero me
encanta. O más bien me encanta la que sirven en Kansas.
Me decidí por una de las dos y partí con
mi lista de ingredientes al super.
Puse toda mi dedicación en esta
preparación. Mientras Jorge Drexler me acompañaba de fondo: pesé, medí, pelé,
rallé, molí, tamicé, piqué, mezclé, batí, revolví, conté, repartí, derretí,
separé, abrí, prendí, forré, acomodé, limpié, probé, metí, esperé y disparé.
No le quiero echar la culpa al horno
(la puerta está rota), aunque algo de culpa tiene. En fin, la torta se quemó y
no pude salvar absolutamente nada de ella. Ahora descansa en mi tacho de
basura.
Igual tan mal no la pasé, para mi
cocinar y fotear es como hacer yoga.
Después de un suspiro de resignación,
colgué el delantal, preparé unos mates, unas tostadas y terminé riendo con “Los
Amantes Pasajeros” de Almodóvar, que dicho sea de paso, no es tan mala como la
crítica fue con ella.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario