Mi hermana y yo cumplimos años con una
semana de diferencia y ella y papá también. Esta vez decidieron festejar juntos.
Todos opinamos sobre a donde ir y nos pareció bien hacer una noche de fondue
aprovechando el invierno.
Siempre pasábamos por La Rosadita y el
lugar nos tentaba. Papá me encargó hacer la reserva para un sábado pero no
toman reservas los fines de semana.
Decidimos arriesgarnos y llegamos
todos casi a la misma hora para conseguir una mesa. Pero nos ganaron de mano y
ocuparon la última disponible.
Bastante desilusionados, tuvimos que
cambiar de planes y optar por una de las opciones que teníamos de back up:
Mott.
Dicen que no hay mal que por bien no
venga, y la verdad, agradezco que no hayamos llegado a tiempo para esa última
mesa porque, nuestra noche en Mott, me hizo acordar a escenas de cenas de películas
como: “El Banquete de Babette” o “Como agua para chocolate”, donde sus
protagonistas no paran de hacer exclamaciones, gozar y suspirar con cada
bocado.
Comenzando por las bebidas: papá, mamá
y Nico pidieron caipiroskas, que estaban impecables (las probé). Tete y mi
madrina aguas: mineral y tónica y yo una copa de vino tinto, que estaba especialmente elegido por la casa y
maridaba perfecto con mi plato.
Queríamos probar de todo asique nos
decidimos por la degustación de entradas que traía: queso con hierbas frescas
en masa brioche, carpaccio de lomo, langostinos rebozados con alioli y verdes
frescos, empanadas de carne con salsa picante, enchilada de mejillones con
palta en lonjas y tomates secos confitados.
Después cada uno pidió un plato.
Mi madrina: sorrentinos de espinaca
con salsa scarparo.
Papá: ribs con salsa de ciruelas y
ensalada.
Mamá: conejo con puré de batatas.
Nico: lomo relleno con flan de queso
azul.
Juli: lasagna de salmón.
Tete: decidió robarnos un poquito a
cada uno.
A la hora de los postres llegó la discusión
porque no queríamos exagerar y cada uno creía saber cuál iba a ser la mejor elección.
Por suerte, y finalmente, logramos llegar a un acuerdo y ordenamos como al
principio, una degustación de postres, y menos mal, porque probamos todo o casi
todo y cosas que jamás hubiéramos dicho que se convertirían en la sorpresa de
la noche, como el helado de albahaca. En realidad la copa traía helado de
albahaca y pomelo, ambos ricos, pero el favorito fue el primero. Además una
cheesecake de calabaza, un volcán de chocolate, una crème brûlée, frutas con
salsa de chocolate y por lo que voy a volver, es este último: un soufflé de
banana con corazón de dulce de leche caliente. Si, ya se, un escándalo.
Unos cuantos cafecitos para cerrar y
nos despidieron con copa de champagne.
El lugar es sobrio, tranquilo y tiene asientos
para todos los gustos: sillones, sillas convencionales y sillas altas.
Se nota que están en cada detalle, una
mano especial detrás de cada plato, un jefe de salón atento al servicio y el
servicio atento a los comensales.
Lo único que llamó nuestra atención
fue la ausencia de música, Es un buen lugar para ir después de un recital,
cuando uno necesita un poco de silencio, dejar descansar un sentido para ceder
el paso y disfrutar de otro.
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