6 de marzo de 2014

POR AHÍ / OUT AND AROUND

VIERNES






SÁBADO



DOMINGO




LUNES








 MARTES


Para variar un poco la temática de mis publicaciones, darle un respiro a mi viaje (del cual tengo mucho más para contar y mostrar) e intentar mantener la contemporaneidad en el blog, hoy decidí compartir mi fin de semana largo de carnaval, al que no le faltó nada, o casi nada.
Las imágenes que arriba lo ilustran son algunos de los momentos que pude captar y llevarme conmigo para siempre. Espero que ustedes lo hayan podido disfrutar tanto como yo.
VIERNES  Festival de Dub en Niceto Club: Conocí a los jovencitos Yataians. Puedo decir que si ya suenan tan bien con tan poca experiencia, el reggae local tiene un futuro asegurado y riquísimo.
Pueden escucharlos aquí y saber más ingresando aquí.
SÁBADO  Yoga + Babysitting
DOMINGO  Oscars + La Bataraza: Queda en La Lucila frente a la estación de tren Mitre. Comes riquísimo, te atienden bárbaro y hasta te cuidan el bolsillo. Ahora también abren al mediodía.
LUNES  Primer asado 2014.
MARTES  Family day: Mamá me cocinó un risotto y papá me convidó con un vasito de Amarula. Así no extraño tanto Sudáfrica.
Mi Twitter aquí.

5 de marzo de 2014

KRUGER PARK / PARQUE KRUGER















Nuestra excursión al Parque Kruger comenzó al mediodía. Salimos a las 12 de la reserva para manejar durante una hora hasta llegar al parque. Esta área cubre casi 19.000 km2. Obviamente, nosotros conocimos solo una pequeña parte. Mientras lo recorríamos, aunque el paisaje era lindísimo, no veíamos nada. Hacía muchísimo calor y los animales estaban escondidos bajo la sombra o el agua. Los únicos que se dejaban mostrar eran los impalas, que poco duraban cerca (es el animal más asustadizo que conocí, y por este motivo, el más difícil de fotografiar). También vimos algunas cebras y jirafas, que aunque nos encantaban, ya no eran novedad.
El objetivo principal eran los elefantes. Y los 22 ojos que iban arriba de la camioneta, estaban al acecho de este gigante.
Sin éxito decidimos parar en un mirador para almorzar. Después de comer, charlar, sacar algunas fotos y estirar las piernas, volvimos a la cacería.
De repente, no me acuerdo quién, pegó un grito, y ahí estaba. El primer elefante de varios que empezamos a seguir. El último recuerdo que tengo de un elefante cerca, fue en el zoológico de Buenos Aires, cuando tenía un año. En esa época todavía estaba permitido acercarse. Hasta recuerdo que le di de comer maní. En la casa de mis padres hay alguna foto guardada de ese momento que algún día les compartiré.
Me impresioné con sus tamaños y me sorprendió que fueran tan oscuros. Mientras los observábamos comentamos un video que había estado circulando por la web recientemente y que mostraba a unos turistas siguiendo a un elefante. A pesar de haber seguido las indicaciones de quedarse quietos y no intentar huir si el elefante advertía su presencia, el animal los atacó. Dio vuelta el auto y una de las pasajeras resultó gravemente herida.  Nicola, nos explicó que cuando el elefante pega las orejas a la cabeza, está en alerta y si las abre, está por atacar. Siguiendo uno de los caminos del Kruger, encontramos otro elefante al costado del camino. Era realmente enorme, el  más grande de todos los vistos hasta el momento. Nicola apagó el motor y no le sacamos los ojos de encima. Cruzó el camino por delante de la camioneta y empezó a caminar adelante nuestro. Nicola volvió a encender el motor y a seguirlo muy despacito. El elefante se pasó del otro lado del camino y volvimos a estacionarnos a su lado. Comía sin parar y sus orejas se movían con el viento. De repente, empezó a retroceder y como estábamos en pendiente, Nicola sacó el freno de mano y la camioneta empezó a retroceder descendiendo. El elefante nos miró y pegó sus orejas a la cabeza. Nicola volvió a poner el freno y nos dijo: No saquen fotos, no se muevan. Le hicimos caso. Pasaron unos minutos, hasta que decidió continuar con su dieta de verdes. Una vez más, volvió a sacar el freno de mano, y al movernos el elefante nos miró, abrió sus orejas y hasta gruñó. Créanme o no, pero creo que fue una de las veces que sentí más miedo en toda mi vida. Este animal fue siempre uno de mis favoritos, siempre me causó ternura. Hoy, tengo sentimientos encontrados. No sé si puedo querer a lo que temo. Nicola volvió a repetir: no saquen fotos, no se muevan. Yo estaba adelante con él, en el asiento del acompañante. A los únicos que veía el elefante era a nosotros porque teníamos vidrios comunes. El resto de la camioneta estaba polarizada. Aun así, podía escuchar todo (tienen el sentido de la audición mucho más desarrollado que el nuestro). Estábamos todos callados, quietos, congelados como estatuas. Tenía mi cámara en mano, lista para ser detonada. Si no le hubiera hecho caso al guía, hubiera tenido “la foto” de este viaje. Sin embargo, no me arrepiento. Mientras estaba ahí, con la adrenalina circulando por mi cuerpo, sentía el sonido de un teléfono sacando fotos, una y otra vez. Sin ni siquiera moverme, ni mirar hacia atrás, con una voz que daba lástima, les dije a mis compañeros: por favor, no saquen fotos. El dueño del teléfono no hizo caso y siguió clickeando. Esperamos unos minutos más, el elefante se acercó, camino bordeando la camioneta y se alejó. Nicola volvió a encender el motor y recién ahí, respiramos. Fue un concierto de suspiros y risas nerviosas. El que nos puso a todos en peligro, fue el irlandés que se había unido a nuestro grupo cuando llegamos a Elandela.
Y así, solo como llegó, se fue solo y sin amigos, a la mañana siguiente. Eso sí, la mejor foto, se la llevó él.
Un poco más relajados, recorrimos un rato más, para luego parar en un sector donde había un local que vendía recuerdos sudafricanos y aprovechar para ir al baño. Al salir del local, descubrí a unos jabalíes comiendo marulas de unas carretillas que estaban detrás de los baños. Le pregunté a Nicola si me podía acercar para sacarle fotos y me dijo que sí. Cómo los veía muy entretenidos, me fui acercando cada vez más. Me causaban mucha gracia, era como estar sacándole fotos a Pumba. La verdad es que subestimé a estos gorditos y los invadí demasiado, tal es así que cuando estaba a dos metros de distancia, uno de ellos me miró y me empezó a correr. Mis cortas piernas son bastante ágiles y pude saltar dentro de la camioneta a tiempo. Ahí entendí que la adrenalina es adictiva, y por ende, peligrosa. Quedaba un día más de safaris pero ya no me causaba tanta gracia estar a tres metros de los leones. Puedo decir que la experiencia fue inolvidable y volvería, pero en ese momento, ya había tenido suficiente.
Si quieren saber más sobre Kruger Park, pueden hacerlo ingresando aquí.