10 de agosto de 2013

POR AHÍ / OUT AND AROUND











Mi hermana y yo cumplimos años con una semana de diferencia y ella y papá también. Esta vez decidieron festejar juntos. Todos opinamos sobre a donde ir y nos pareció bien hacer una noche de fondue aprovechando el invierno.
Siempre pasábamos por La Rosadita y el lugar nos tentaba. Papá me encargó hacer la reserva para un sábado pero no toman reservas los fines de semana.
Decidimos arriesgarnos y llegamos todos casi a la misma hora para conseguir una mesa. Pero nos ganaron de mano y ocuparon la última disponible.
Bastante desilusionados, tuvimos que cambiar de planes y optar por una de las opciones que teníamos de back up: Mott.
Dicen que no hay mal que por bien no venga, y la verdad, agradezco que no hayamos llegado a tiempo para esa última mesa porque, nuestra noche en Mott, me hizo acordar a escenas de cenas de películas como: “El Banquete de Babette” o “Como agua para chocolate”, donde sus protagonistas no paran de hacer exclamaciones, gozar y suspirar con cada bocado.
Comenzando por las bebidas: papá, mamá y Nico pidieron caipiroskas, que estaban impecables (las probé). Tete y mi madrina aguas: mineral y tónica y yo una copa de vino tinto, que estaba especialmente elegido por la casa y maridaba perfecto con mi plato.
Queríamos probar de todo asique nos decidimos por la degustación de entradas que traía: queso con hierbas frescas en masa brioche, carpaccio de lomo, langostinos rebozados con alioli y verdes frescos, empanadas de carne con salsa picante, enchilada de mejillones con palta en lonjas y tomates secos confitados.
Después cada uno pidió un plato.
Mi madrina: sorrentinos de espinaca con salsa scarparo.
Papá: ribs con salsa de ciruelas y ensalada.
Mamá: conejo con puré de batatas.
Nico: lomo relleno con flan de queso azul.
Juli: lasagna de salmón.
Tete: decidió robarnos un poquito a cada uno.
 A la hora de los postres llegó la discusión porque no queríamos exagerar y cada uno creía saber cuál iba a ser la mejor elección. Por suerte, y finalmente, logramos llegar a un acuerdo y ordenamos como al principio, una degustación de postres, y menos mal, porque probamos todo o casi todo y cosas que jamás hubiéramos dicho que se convertirían en la sorpresa de la noche, como el helado de albahaca. En realidad la copa traía helado de albahaca y pomelo, ambos ricos, pero el favorito fue el primero. Además una cheesecake de calabaza, un volcán de chocolate, una crème brûlée, frutas con salsa de chocolate y por lo que voy a volver, es este último: un soufflé de banana con corazón de dulce de leche caliente. Si, ya se, un escándalo.
Unos cuantos cafecitos para cerrar y nos despidieron con copa de champagne.
El lugar es sobrio, tranquilo y tiene asientos para todos los gustos: sillones, sillas convencionales y sillas altas.
Se nota que están en cada detalle, una mano especial detrás de cada plato, un jefe de salón atento al servicio y el servicio atento a los comensales.
Lo único que llamó nuestra atención fue la ausencia de música, Es un buen lugar para ir después de un recital, cuando uno necesita un poco de silencio, dejar descansar un sentido para ceder el paso y disfrutar de otro.
Dato: Tiene %25 de descuento con Galicia Éminent.

4 de agosto de 2013

SUNDAY´S CAKE







Hoy quise retomar mi proyecto fotográfico que venía suspendido hacía varios meses. Esto, debido mayormente a la falta de mi cámara y a otros compromisos que se fueron presentando y que no me dejaban tiempo para hacerlo. No es fácil cocinar y sacar fotos al mismo tiempo. Sobre todo en pastelería que requiere mucha exactitud y en fotografía que se depende tanto de la luz. Más en esta época del año que los días son tan cortos.
Tenía todo el día libre. Me había despertado relativamente temprano y por las dudas (y también por suerte), no me comprometí con nadie. En realidad siempre puedo improvisar unos scons de último momento pero estaba particularmente vaga para estar yendo de visitas, aunque con las puertas abiertas para que las visitas vinieran.
Busqué entre mi recopilación de recetas y tenía dos de Carrot Cake. Una torta que no es muy común pero me encanta. O más bien me encanta la que sirven en Kansas.
Me decidí por una de las dos y partí con mi lista de ingredientes al super.
Puse toda mi dedicación en esta preparación. Mientras Jorge Drexler me acompañaba de fondo: pesé, medí, pelé, rallé, molí, tamicé, piqué, mezclé, batí, revolví, conté, repartí, derretí, separé, abrí, prendí, forré, acomodé, limpié, probé, metí, esperé y disparé.
No le quiero echar la culpa al horno (la puerta está rota), aunque algo de culpa tiene. En fin, la torta se quemó y no pude salvar absolutamente nada de ella. Ahora descansa en mi tacho de basura.
Igual tan mal no la pasé, para mi cocinar y fotear es como hacer yoga.
Después de un suspiro de resignación, colgué el delantal, preparé unos mates, unas tostadas y terminé riendo con “Los Amantes Pasajeros” de Almodóvar, que dicho sea de paso, no es tan mala como la crítica fue con ella.